jueves, 26 de enero de 2012
¿Para qué una teología política? ¿posible? ¿inviable? ¿insostenible?
Quedo atónito cuando en esas soluciones para conciliar teología y política o religión y política, se acude a su terminología polisémica para confundir más al creyente y dejar insatisfecho al politólogo y al abogado. Más sorprendido, cuando observo que posturas políticas de varios creyentes y defensores acérrimos del "catolicismo" han participado en la creación de movimientos políticos de "ultraderecha" o de "extrema izquierda", cada uno de ellos buscando siempre el "bien" y la "paz social"; particularmente el caso conocido en Chile del senador Jaime Guzmán, "católico de comunión diaria" y a su vez "mano derecha" de la dictadura militar de Pinochet, lamentablemente asesinado por un frente guerrillero en 1991. Este hombre fue el fundador de la UDI, (con sustento ideológico en Carl Schmitt) partido del actual presidente Sebastian Piñera; Y continuando el rastreo en la historia de esos fundamentalismos políticos, podríamos ir a Colombia donde sacerdotes fundaron la guerrilla del ELN o del movimiento GOLCONDA, grupo de presbíteros con ideas de extrema izquierda, o la alianza de algunos obispos colombianos con el partido conservador, a finales del siglo XIX para condenar al "liberalismo" como "pecado" dentro de sus feligreses y agudizar la guerra civil entre liberales y conservadores; y así sucesivamente, el lector tendrá, muchos ejemplos más, en cuanto a esas relaciones y pactos de conveniencia para mantener "poder" o la "democracia".
Esas posiciones políticas de la iglesia y de sus hijos, ha traído diversas manifestaciones de rechazo en la sociedad, quienes en la actualidad en ninguno de los paises en mención tienen alta credibilidad "los partidos políticos tradicionales en crisis", "la iglesia en crisis", rezan muchos titulares de prensa.
El problema se agudiza cuando en las mismas esferas teológicas "patinan" para fundamentar una teología política que responda a las demandas sociales y a su vez den un argumento sólido para tratar el aspecto religioso y político; así también me sorprenden algunos esfuerzos teológicos por conciliar el liberalismo de Rawls o los comunicados oficiales recordando una "reconciliación" y busqueda de la paz", sin mayores éxitos; la violencia aumenta en todos sus dinamismos.
No obstante, existen varios autores que lamentablemente no han sido abordados con entusiasmo dentro del pensamiento teológico católico para responder a este problema; hablamos de Johann Baptist Metz, René Girard con su teoría mimética y los esbozos programaticos y sugestivos de la teología de la liberación latinoamericana, específicamente en su cristología.
Se necesita construir hoy más que nunca una teología política (TP) que responda a los problemas sociales de hoy y a su vez, den una renovación vital a una teología estéril y frágil ante las diversas convulsiones violentas que generan un odio abierto y a la matanza colectiva de personas. Y si bien, Metz elabora una teologìa que "mira al mundo" y a Dios "en este tiempo" en su situación cultural e histórica, retomando categorías centrales como la memoria, las víctimas y la solidaridad, es René Girard, quien, demuestra la realidad del "chivo expiatorio" que nace por el deseo de los adversarios para anularse recíprocamente y que en su intento de pacificación buscan una víctima para el holocausto final. Esta práctica que sigue siendo violenta es alimentada diariamente y de manera silenciosa en todas las esferas políticas, económicas, culturales y sociales.En efecto, según los historiadores, como Dominic Sandbrook, indica que antecediendo a las guerras, vienen las crisis económicas profundas, revueltas sociales y respuestas políticas que desencadenan racismo, nacionalismos y la derechización extrema de los gobiernos; prueba clara, son los efectos posteriores a 1932 en Europa y los sucesos mostrados después del golpe militar en Chile en 1973 o los fallidos diálogos de paz del presidente Pastrana con las guerrillas de las FARC en el 2002 en Colombia.
En este escenario social la fundamentación de una TP profética marcará un advenimiento apocaliptico en su sentido bíblico, es decir, mostrará la esperanza y conversión del hombre del deseo mimético sacrificial y denunciará los mecanismos que invisibilizan y excluyen a las víctimas, esto incluye a un tipo de teología que fundamenta solapadamente visiones políticas totalizadoras y mantiene el orden y el statuo quo de los sacrificadores. Se busca entonces, creyentes capaces de develar y deconstruir las imagenes del otro que esos mismos sistemas se han encargado de pulir como enemigos irreconciliables. Y mucho más, deconstruir la imagen de Dios que se tiene no solo en el sentido popular, sino el que tienen los políticos creyentes; esto es urgente, mucho más cuando uno escucha a los senadores republicanos de Estados Unidos en sus intervenciones cargadas de fideísmo.
Una TP será posible cuando atentos a esa opción creyente bajo la conversión paulina, abre los ojos al "Jesús resucitado en la historia" que asume su compromiso político como un imperativo para acompañar, acoger y dignificar el rostro del otro que devela la imagen del Padre; O cuando esos otros, vean en nosotros el rostro de Jesús. Será inviable cuando bajo una "teología política" se intente conciliar con un liberalismo excluyente o un tradicionalismo apegado a la norma o sujeto de superestructuras que segmentan y mantienen la desigualdad y la inequidad; insostenible, cuando en nombre de la fe secularizada se privatice a la esfera personal sin trascender a la vida pública, o cuando termina presentando como víctimas a los mismos sujetos que ocasionaron la violencia y la división en la comunidad. Así pues, en el marco de los ismos(relativismo, totalitarismo, ateísmos, secularismo, etc.) hoy más que nunca, los teólogos tienen un reto ineludible en su quehacer teológico, pues serán las bases que darán vitalidad al cristianismo en el siglo XXI.
martes, 24 de enero de 2012
La tierra prometida en el país del despojo
Según los exégetas como Von Rad y Gustavo Baena, la teologìa del Pentateuco, particularmente del Génesis, se centra en el derecho y posesión de la tierra como un regalo de Dios. La tierra es bendición y condición para desarrollar todas las dimensiones del desarrollo humano. Y bajo estas premisas teológicas se analiza los escandalosos casos de robo de tierras en Colombia por parte de los actores armados ilegales. Según los medios e instituciones que investigan este fenómeno, existen diversas maneras de "legalizar" las tierras para favoreces a los poderes fácticos. Desde la compra amenazante a bajos precios, hasta el asesinato sistemático como una estrategia para aterrorizar campesinos y pequeños productores. Las consecuencias de estas prácticas, son inmediatas. Más de 3 millones de desplazados internos, asesinatos de líderes sociales, muerte de campesinos inocentes, y más de 4 millones de héctareas de tierra usurpadas.
Son inumerables los testimonios de cientos de campesinos que viven como indigentes en las principales ciudades del país; rostros de la injusticia y la inoperancia del Estado para proteger a sus ciudadanos. Si bien, en el gobierno de Santos se ha promulgado la nueva ley general de vìctimas, que es un hito en la historia del país, su operatividad, se ha visto diezmada por los poderes fácticos regionales, o como él lo llamó, "la mano negra" que interviene para no soltar millones de héctareas productivas. La situación se exaspera, cuando entra a operar la lógica de la "confianza inversionista" en la que desde la era Uribe, se ha presentado al país como una "salvación" y potencial de crecimiento para nuestra economía. Bajo esta lógica han entrado a operar diversas multinacionales asociadas a la producción tecnificada y extensiva de productos que demanda el mercado, como los biocombustibles; a su vez, rondan "generosos inversionistas" extranjeros que han comprado en diversas partes del país miles de hectareas para producir, según ellos, alimentos que sus paises demandan. Y a su lado, se establecen cientos de campesinos colombianos esperando un jornal o empleo en estas fincas productivas.
Cuando citamos la teología del Génesis, no justificamos un "derecho divino" para poseer la tierra. No entramos en esa tesis sionista para justificar la violencia contra los árabes, pues, en este aspecto, sabemos que rige más el juego de Washington para su geopolítica en medio oriente. Nos referimos más bien a la tierra dada a los seres humanos para su desarrollo; como un derecho social, individual bajo el esquema de la justicia y dinamismo comunitario que las mismas culturas ancestrales saben reconocer. Dios como creador del mundo, y quien nos hace partícipes por su kenosis o encarnación en su condiciòn divina, nos alienta a ser co-creadores y por tanto, la legitimidad de sacar frutos de la tierra para el bienestar y fuente de experiencia que vivifica el cuerpo y el espíritu que no trastoca ni en violencia, ni en ruptura de los tejidos sociales, al contrario los fortalece.
Tampoco se cuestiona las libertades e iniciativa privada para emprender proyectos productivos. Sabemos que es necesaria una economía que desarrolle libertades, pero también capacidades. Se critica, más bien, el "abuso" y el "efecto depredador" que tienen sus prácticas cuando sobrepasan las libertades y derechos de los seres vulnerables. Ese economicismo ciego que ve "negocios rentables" en las tierras fértiles de pequeños productores; o esa antropología etnocentrista que indica que los campesinos en su ignorancia no saben cultivar y que se necesita la inversión empresarial para generar desarrollo en la región. Esto en el papel es una premisa interesante, pero, cuando vamos a observarla en operación, nos encontramos con escenas lamentables. Pobreza alrededor, sueldos paupérrimos, salud y educación privatizada, masacres de campesinos, desplazamiento forzado financiado por multinacionales, en fin, escándalos sociales que reproducen las lógicas del feudalismo o economía colonial en pleno siglo XXI.
La tierra es un derecho ciudadano y un imperativo teológico. Pero, en el caso de la interpretación teológica, esta opera bajo el esquema de la justicia y la caridad como espacios que cohesionan la sociedad. No desde una justicia como la da el mundo, sino desde una antropología que revela en el rostro del otro la imagen del Padre. La tierra es para todos, no para unos pocos; la tierra se defiende como un derecho divino porque los seres humanos son creación de Dios, sagrados; y tienen primacía las víctimas. En ella descansa toda la lucha y la opción creyente para ejercer justicia. En ese clamor del despojado y que a gritos pide justicia, se revela el deseo de Dios de cambiar su situación de dolor. Y el que escucha ese lamento y reacciona como Jesús cuando contempla la multitud, cuando ve que tienen hambre, es digno de llamarse cristiano.
Estamos en un momento sin precedentes en la historia del paìs, y la teología tiene un papel importante para acompañar, denunciar la injusticia y proteger a las víctimas; pero no será posible sin una renovación en sus prácticas, métodos y formas de comprender la realidad, es necesario un "nuevo aire" que permita abrir los ojos para ser testigos del amor de Dios y opción por las víctimas. Parafraseamos estas ideas, unos ufanamos de participar en teologías liberadoras, de vivir un cristianismo renovado y de esperanza para el mundo; sin embargo, permea una pasividad, un conformismo y una denuncia desde los asientos, pareciendo que toda la cultura profética de los padres de la Iglesia latinoamericana no ha tenido seguidores en los albores del siglo presente; hablamos de teologías sin contexto, sin decisión, aún "pensando" la realidad" y no acompañando ni escuchando al otro, ni mucho menos operando para un "cambio" en las estructuras y condiciones que niegan sus derechos. Se tiene entonces, dos caminos, el ancho que nos lleva a mirar desde la ventana, o el angosto que desde una experiencia mística nos llevará a ser creíbles y portadores de una alternativa para transformar el mundo presente.
Según los exégetas como Von Rad y Gustavo Baena, la teologìa del Pentateuco, particularmente del Génesis, se centra en el derecho y posesión de la tierra como un regalo de Dios. La tierra es bendición y condición para desarrollar todas las dimensiones del desarrollo humano. Y bajo estas premisas teológicas se analiza los escandalosos casos de robo de tierras en Colombia por parte de los actores armados ilegales. Según los medios e instituciones que investigan este fenómeno, existen diversas maneras de "legalizar" las tierras para favoreces a los poderes fácticos. Desde la compra amenazante a bajos precios, hasta el asesinato sistemático como una estrategia para aterrorizar campesinos y pequeños productores. Las consecuencias de estas prácticas, son inmediatas. Más de 3 millones de desplazados internos, asesinatos de líderes sociales, muerte de campesinos inocentes, y más de 4 millones de héctareas de tierra usurpadas.
Son inumerables los testimonios de cientos de campesinos que viven como indigentes en las principales ciudades del país; rostros de la injusticia y la inoperancia del Estado para proteger a sus ciudadanos. Si bien, en el gobierno de Santos se ha promulgado la nueva ley general de vìctimas, que es un hito en la historia del país, su operatividad, se ha visto diezmada por los poderes fácticos regionales, o como él lo llamó, "la mano negra" que interviene para no soltar millones de héctareas productivas. La situación se exaspera, cuando entra a operar la lógica de la "confianza inversionista" en la que desde la era Uribe, se ha presentado al país como una "salvación" y potencial de crecimiento para nuestra economía. Bajo esta lógica han entrado a operar diversas multinacionales asociadas a la producción tecnificada y extensiva de productos que demanda el mercado, como los biocombustibles; a su vez, rondan "generosos inversionistas" extranjeros que han comprado en diversas partes del país miles de hectareas para producir, según ellos, alimentos que sus paises demandan. Y a su lado, se establecen cientos de campesinos colombianos esperando un jornal o empleo en estas fincas productivas.
Cuando citamos la teología del Génesis, no justificamos un "derecho divino" para poseer la tierra. No entramos en esa tesis sionista para justificar la violencia contra los árabes, pues, en este aspecto, sabemos que rige más el juego de Washington para su geopolítica en medio oriente. Nos referimos más bien a la tierra dada a los seres humanos para su desarrollo; como un derecho social, individual bajo el esquema de la justicia y dinamismo comunitario que las mismas culturas ancestrales saben reconocer. Dios como creador del mundo, y quien nos hace partícipes por su kenosis o encarnación en su condiciòn divina, nos alienta a ser co-creadores y por tanto, la legitimidad de sacar frutos de la tierra para el bienestar y fuente de experiencia que vivifica el cuerpo y el espíritu que no trastoca ni en violencia, ni en ruptura de los tejidos sociales, al contrario los fortalece.
Tampoco se cuestiona las libertades e iniciativa privada para emprender proyectos productivos. Sabemos que es necesaria una economía que desarrolle libertades, pero también capacidades. Se critica, más bien, el "abuso" y el "efecto depredador" que tienen sus prácticas cuando sobrepasan las libertades y derechos de los seres vulnerables. Ese economicismo ciego que ve "negocios rentables" en las tierras fértiles de pequeños productores; o esa antropología etnocentrista que indica que los campesinos en su ignorancia no saben cultivar y que se necesita la inversión empresarial para generar desarrollo en la región. Esto en el papel es una premisa interesante, pero, cuando vamos a observarla en operación, nos encontramos con escenas lamentables. Pobreza alrededor, sueldos paupérrimos, salud y educación privatizada, masacres de campesinos, desplazamiento forzado financiado por multinacionales, en fin, escándalos sociales que reproducen las lógicas del feudalismo o economía colonial en pleno siglo XXI.
La tierra es un derecho ciudadano y un imperativo teológico. Pero, en el caso de la interpretación teológica, esta opera bajo el esquema de la justicia y la caridad como espacios que cohesionan la sociedad. No desde una justicia como la da el mundo, sino desde una antropología que revela en el rostro del otro la imagen del Padre. La tierra es para todos, no para unos pocos; la tierra se defiende como un derecho divino porque los seres humanos son creación de Dios, sagrados; y tienen primacía las víctimas. En ella descansa toda la lucha y la opción creyente para ejercer justicia. En ese clamor del despojado y que a gritos pide justicia, se revela el deseo de Dios de cambiar su situación de dolor. Y el que escucha ese lamento y reacciona como Jesús cuando contempla la multitud, cuando ve que tienen hambre, es digno de llamarse cristiano.
Estamos en un momento sin precedentes en la historia del paìs, y la teología tiene un papel importante para acompañar, denunciar la injusticia y proteger a las víctimas; pero no será posible sin una renovación en sus prácticas, métodos y formas de comprender la realidad, es necesario un "nuevo aire" que permita abrir los ojos para ser testigos del amor de Dios y opción por las víctimas. Parafraseamos estas ideas, unos ufanamos de participar en teologías liberadoras, de vivir un cristianismo renovado y de esperanza para el mundo; sin embargo, permea una pasividad, un conformismo y una denuncia desde los asientos, pareciendo que toda la cultura profética de los padres de la Iglesia latinoamericana no ha tenido seguidores en los albores del siglo presente; hablamos de teologías sin contexto, sin decisión, aún "pensando" la realidad" y no acompañando ni escuchando al otro, ni mucho menos operando para un "cambio" en las estructuras y condiciones que niegan sus derechos. Se tiene entonces, dos caminos, el ancho que nos lleva a mirar desde la ventana, o el angosto que desde una experiencia mística nos llevará a ser creíbles y portadores de una alternativa para transformar el mundo presente.
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